miércoles, 2 de junio de 2010

Cronicas de funciones: El Caballero de la Rosa

Al volver a escuchar la música que Strauss compuso para El Caballero de la Rosa, no puedo evitar pensar que su tema último (¿tal vez de todas las óperas, de toda la música?) es el tiempo. El tiempo que se le escapa a la Mariscala, el mismo que parece extenderse como una infinita alfombra a los ojos de Octavian y como un sendero lleno de incógnitas para Sophie, y que parece detenerse para los dos cuando al fin se conocen.
Pocos personajes femeninos en la historia de la ópera son tan reales y tan profundos como la Mariscala. No hay en el maravilloso texto de Hoffmansthal grandes gestos o tragedias, o, mejor dicho, tan solo hay una, la mayor de todas: el tiempo que nos devora, que nos convierte en extraños, que no nos deja reconocernos en el espejo. Es ese abismo al que se asoma la Mariscala, y ante el que es capaz de mantener la dignidad, esbozando incluso una sonrisa.
Esa sonrisa se contagió a todo el público que asistió el pasado viernes 28 de mayo a la última representación de la obra de Strauss en el Gran Teatro del Liceo barcelonés, que algunos críticos han calificado como lo más destacado de la temporada.
El nivel fue, en general, muy alto, pero destacaron, entre los papeles protagonistas, la Mariscala de Martina Serafin y el Octavian de Sophie Koch: espléndidas las dos, tanto en lo vocal como en lo escénico, convincentes en todos los registros, una pura delicia escucharlas. Más floja Ofelia Sala como Sophie, que pese a alcanzar con facilidad los agudos, presenta un molesto vibrato en toda la extensión de la voz.
Fantásticos también estuvieron los secundarios: Fran Grundheber estupendo como Faninal, Amanda Mace como la doncella de Sophie y Julia Juon como la intrigante Annina, con una voz espectacular para un rol tan breve.
Abusó Bjarni T. Kristinsson, que encarnaba al barón Ochs, del recurso al histrionismo. Es cierto que el papel se presta a ello, pero eché de menos más canto y no tanta actuación. Y francamente desacertado estuvo Alessandro Liberatore, que encarnaba en esta última representación al Cantante Italiano.
La producción trasladaba la acción de esa Viena de cuento de hadas que ideó Hoffmansthal, a la Viena de la alta burguesía en los años cincuenta, pero el traslado no afectó en absoluto a la trama, y en cuanto a movimientos escénicos e intención dramática se respetó escrupulosamente el original.

1 comentario :

johnny guitar dijo...

Interesante reflexión: el tiempo :)