jueves, 27 de enero de 2011

Crónicas de funciones: Iphigenie en Tauride, Teatro Real, 23/01/11


Las virtudes de esta obra de Gluck brillan por sí solas, pero si además se ven adornadas por una puesta en escena sutil y por una protagonista de primera, la función termina siendo redonda. Es Iphigenie en Tauride una joya del estilo reformista consumado por Gluck. Apenas arias de lucimiento, los recitativos insertos en la continuidad dramática, la música sublime... en fin, una obra prácticamente perfecta, llena de momentos que agarran al espectador y no lo sueltan. Las funciones programadas en el Teatro Real contaban además con el atractivo de la presencia de Plácido Domingo, en ese personal empeño por prolongar su carrera, a veces con fortuna, como fue el caso de esta Iphigenie, otras cayendo en el fiasco más evidente, como sucedió con su Rigoletto para las televisiones de medio mundo. Sea como fuere, la presencia de Domingo era secundaria en estas funciones. La obra de Gluck es ya un atractivo por sí mismo, pero además desde el foso el maestro Hengelbrock brindó un trabajo sensacional, vivaz, lleno de mil detalles, sacando cada vez más partido a una orquesta, la del Real, de la que hace no muchos meses se escuchaban comentarios desiguales, y que parece crecer título a título con la rotación de directores propuesta (o impuesta) por Mortier. El coro lució también a un nivel muy destacable en sus importantes intervenciones. Cabe mencionar que esta vez se situó al coro sentado dentro del foso, junto a la orquesta, siendo sustituido en escena por un acertado ballet, perfectamente compenetrado con la propuesta escénica.

En el apartado escénico la propuesta de Carsen, un nombre que siempre trae a nuestras retinas sugerentes y afinadas lecturas de los títulos más consolidados del repertorio, daba de lleno en el clavo con una dirección escénica que equilibraba en su justa medida el dinamismo y el estatismo, justamente como la partitura sugiere en lo musical. La escenografía austera de Hoheisel, junto a la iluminación del propio Carsen, recreaban con genial precisión la opresión sentimental de los personajes de esta tragedia. Sutiles juegos de luz, elementos escénicos mínimos pero certeros (agua y puñales) y, en suma, una propuesta escénica de altura, llevaron más lejos si cabe la genial música de Gluck.

En el apartado vocal brilló con luz propia la voz redonda, esmaltada, homogénea y tersa de Susan Graham. Sinceramente, no se puede pedir más en una encarnación del rol de Iphigenia. Absolutamente deliciosa su recreación del rol, tanto en lo vocal como en lo escénico.



Un peldaño por debajo estuvo Paul Groves, un tenor ligero que con el paso de los años ha ganado un centro algo más lírico y consistente, quizá a cambio de perder la otrora relativa facilidad en el agudo. En todo caso, fue el suyo un fraseo ortodoxo, comprometido con el estilo de Gluck, y vocalmente no tuvo ninguna intervención reprochable, si bien tampoco ofreció apenas momentos en los que recrease la música de Gluck hasta llevarla más allá de sí. Más que correcto su Pylade, en suma.

El Orestes de Plácido Domingo fue notable. No debemos, ni podemos, engañarnos: con setenta años recién cumplidos es evidente el paso del tiempo, tanto en la fatiga vocal como en la fatiga física, escénica. Pero a la vez el compromiso con la puesta en escena y el esfuerzo vocal de Domingo son admirables. El papel de Orestes se sitúa precisamente en ese centro vocal que todavía mantiene, consistente, hermoso, como si un viejo violonchelo mantuviera intactas sus notas centrales, ajeno al paso del tiempo. La práctica ausencia de agilidades, coloraturas y subidas al agudo comprometidas convierten el papel de Orestes en un esfuerzo relativo para Domingo. Desde luego, mucho más asumible que su participación en el Tamerlano visto en el Real hace unos años y que tiene previsto para esta misma temporada en el Liceo, en versión concierto. De ahí que su encarnación de Orestes resultase notable, convincente, incluso emocionante, pero siempre que situemos estas valoraciones en el marco de su consabido deterioro, innegable a causa del mero paso del tiempo.


En resumen, pues, una función que acertaba de lleno en recrear la tragedia compuesta por Gluck, sobre texto de Nicolas-François Guillard. Tanto musical como escénicamente el conjunto implicado en esta Iphigenie ofreció una función prácticamente irreprochable.


fdo. Spinoza

2 comentarios :

Ariodante dijo...

Plácido estuvo mejor que en Tamerlano, sí, pero su Oreste fue perfectamente prescindible: sin color de verdadero barítono, los duos con Pylade resultan fallidos, y en sus arias estaba fuera de estilo, con unos amaneramientos veristoides que sobraban. Con un barítono de verdad la cosa hubiese ganado un 100%

Spinoza dijo...

Si nos ponemos estrictos, Domingo está siempre fuera de lugar en estos repertorios. Pero si valoramos su rendimiento con generosidad y teniendo muy claro el momento (terminal) de su carrera, creo que estuvo decente, como poco, en esta Iphigenie.

Con un barítono de verdad claro que hubiese mejorado todo, pero ¿fue el caso del segundo reparto, con L. Meachem? No creo...