sábado, 12 de noviembre de 2011

Crónicas de funciones: Boris Godunov, Palau de les Arts, Valencia, 11/11/11


Se inauguraba estos días la temporada lírica del Palau de les Arts de Valencia, con las funciones de Boris Godunov, en siete escenas, esto es, la versión original de 1869 con el añadido de la escena del boque de Kromy, de la versión de 1872.

Los grandes atractivos que ofrece la plaza valenciana siguen recayendo en la lujosa orquesta que viste su foso y el magnífico coro que completa el equipo. Todo ello, incluso en manos de una batuta tan joven como la del nuevo titular Omer Meir Wellber, que no tiene más de 30 años.

Este Boris contaba además con un solvente bajo para el rol titular, Orlin Anastassov, al que pudo verse hace unas semanas también por España, como Fiesco, en el Simon Boccanegra programado por la ABAO bilbaína.


En el apartado escénico se ofrecía una propuesta clásica y cinematográfica, en coproducción con el Teatro Regio de Torino, a cargo del directo de cine Andréi Konchalovski. Clásica, pero entendiendo que lo clásico no significa repetir viejas claves, acomodarse en lo rancio o caer en lo evidente. Clásica porque no busca otra cosa que trasladar a un teatro verosimil, directo y eficaz la historia que se trae entre manos, sin traslaciones temporales, guiños conceptuales, etc. Algo, por cierto, a lo que se presta, y mucho, esta ópera, y con excelentes resultados, a la vista de las magníficas propuetas escénicas para Boris que firmaron Willy Decker o Herbert Wernicke.

Konchalovski opta por moverse cómodo en su terreno cinematográfico y busca sobre todo dibujar una escenografía visual, a cargo de Graziano Gregori, basada en una austeridad escénica (grandes planos, símbolos evidentes, etc.), un eficaz movimiento de las masas escénicas y una impecable iluminación (a cargo del propio Konchalovski). El vestuario, firmado por Carla Teti, ofrecía el único, pero ominpresente, ingrediente de historicismo escénico puro y duro. Todo ello contribuye a crear grandes imágenes, grandes fotogramas, si bien no contribuye a facilitar la narratividad en una ópera con un argumento a veces un tanto enrevesado y desde luego nada lineal, dada la sucesión de escenas incomunicadas entre sí de forma directa. Se trata, pues, de una propuesta clásica, pero no por ello apolillada, que no ofrece ninguna vuelta de tuerca genial en torno a esta ópera, como si hacían los citados Decker o Wernicke, pero que sirve con más eficacia que dificultad a esta ópera.

La función tuvo un nivel muy notable, despegando claramente en los momentos de mayor impacto visual y musical a cargo del multitudinario coro, lo mismo que en los monólogos a cargo del protagonista, Boris Godunov.


Vocalmente, Anastassov se muestra mucho más cómodo y desahogado cantando en ruso que en italiano. La vocalidad eslava facilita su colocación y la emisión resultó más liberada y presente que en otras actuaciones presenciadas. Actoralmente pecó de un excesivo histrionismo en los momentos de máximo enloquecimiento del personaje, forzando casi una caricatura del poder de Boris más que aproximando una posible sintonía entre el espectador y sus remordimiento. Quizá buena parte de este resultado pueda atribuirse a las intenciones de Konchalovski. En todo caso, vocalmente estuvo a gran altura. Renunció al lucimiento en las dos o tres subidas al agudo más comprometidas, por evidente falta de medios ahí, pero a cambio ofreció un centro lleno de fuerza, un fraseo intenso, controlado, capaz de medias voces, de tensiones y dinámicas. Un estupendo trabajo. No es Ghiaurov, aunque físicamente se dan un aire, pero dudo que haya hoy en día un Boris mucho mejor que él (quizá el veterano Salminen, quizá el siempre interesante Pape). Tanto en la escena de la coronación como en la escena final estuvo sobresaliente.



Nikolai Schukoff decepcionó levemente. Mejor dicho: convenció plenamente, y con creces, en el rol de Grigori, pero no parece esa la voz que aspira a cantar, o que canta de hecho, roles de Wagner y Strauss con naturalidad y frecuencia. Una opción muy solvente para este rol, pero habrá que verlo como Bacchus en la futura Ariadne que se presentará en Valencia.

Muy notable el Pimen del experimentado Alexánder Morozov. Una voz grande, con buena proyeccion, con presencia, no especialmente notable por color o belleza, pero eficaz para dar vida al viejo monje.

Teatralísimo y vocalmente sostenible y digno el Varlaam del imponente Vladímir Matorin.

Impresentable la presentación vocal de Konstantín Plúzhnikov como Shúyski. Literalmente sin voz, entre el parlato inaudible y el grito inevitable. Digno de olvido.

Correcta la Xenia de Ilona Mataradze, lo mismo que el resto de intervinientes con partes pequeñas.


En conjunto, pues, una intensa velada, vocalmente a la altura, con algunos detalles mejorables, con un solvente protagonista, y con un lujo de prestaciones en el foso y en el coro.

La labor del joven Omer Meir Wellber fue muy notable, todavía más para una batuta con tan poco rodaje. Probablemente mucho mérito recae en los profesores del foso, pero lo cierto es que escogió bien los tempi, subrayó bien las dinámicas, sostuvo las tensiones adecuadas, trabajó bien con el coro, diferenció bien los planos y melodías. En fin, un trabajo que no admite apenas reproches.

Buen inicio de la temporada del Palau de les Arts. Ojalá esa orquesta dure muchos años, porque es todo un lujo en este país.

fdo. Alejandro Martínez

No hay comentarios :