martes, 31 de julio de 2012

Turandot (Munich, 26 de julio)

Tras haberse estrenado durante la temporada 2011/2012 regresaba al Festival de Munich la nueva producción de Turandot a manos de La Fura dels Baus. En principio la obra se antojaba bastante "furera" por su naturaleza argumental, con ese singular componente de leyenda oriental que lo rodea todo y del que tanto fruto cabía esperar que sacase La Fura. Pero lo cierto en este caso es que el resultado final fue muy decepcionante. Como en otras ocasiones, La Fura atiende más al gran espectáculo puntual, jugando con grandes estructuras e instalaciones muy vistosas, que a la narratividad y al desarrollo psicológico de los personajes, abandonando a los cantantes a su suerte con una dirección de actores entre escasa y nula. En el caso concreto de esta Turandot, la constante presencia de "operarios" de La Fura colgando y descolgando, atando y desatando, genera una distracción continuada e innecesaria. Se añade además la "iluminada" idea de jugar con proyecciones en 3D en apenas tres o cuatro ocasiones, entregando para ellos a los espectadores unas gafas específicas a la entrada de la función. De nuevo una distracción improductiva y algo ruidosa, por cierto, cuando todo el mundo al unísono desdoblaba sus gafas. La iluminación constantemente blanca e invariable no añadió tampoco modulación alguna a una propuesta escénica que intenta ser original y vistosa y termina siendo monótona y ocurrente. La Fura siempre tiende a descompensar en alguna medida el equilibrio entre "su" espectáculo y la ópera a la que en teoría está sirviendo. Pero también es cierto que a menudo logra algún hallazgo interesante e imaginativo en ese camino. En este caso, sin embargo, la valoración es ciertamente negativa: mucho ruido y pocas nueces.


Además, La Fura asume que la obra termina con la muerte de Liu, y por tanto con los últimos compases firmados por Puccini. Si bien la decisión tiene un interés dramático a primera vista, centrando así  la atención en Liu y en su muerte como acicate para la "redención" de Turandot y Calaf, lo cierto es que en términos musicales no deja sino una sensación de coitus interruptus, pues nada más fallecer Liu es inevitable esperar ya los compases que anuncian el "Principessa di morte..." con el que comienza el final propuesto por Alfano. Pero aquí no, simplemente cae el telón y nos quedamos con las ganas. Discutible decisión, por tanto, que se suma a una propuesta escénica en la que demasiados elementos juegan más a favor de La Fura que de la obra de Puccini.

Las funciones de diciembre tuvieron a Z. Mehta al frente. En esta ocasión era el joven Dan Ettinger el encargado de la batuta. Obtuvo un sonido restallante y pleno, pero algo atropellado y ayuno de lirismo. Mejorable labor la suya, aunque con esa orquesta siempre los resultados estén por encima del notable alto, como poco.

Vocalmente, demasiada dignidad cuando tanto la obra como el Festival que la presentaba demandan espectacularidad. Comenzando por la protagonista, Jennifer Wilson, que tras sus prometedores comienzos como soprano wagneriana ahora parece haber perdido empuje, con un canto donde están todas las notas pero donde falta el compromiso dramático o el deslumbre vocal. Digna Turandot, pero eso para este papel es quedarse corta. 

Algo semejante sucedió con el Calaf de Berti: es una lástima que detrás de una voz con tanto atractivo haya un cantante tan conformista. Su Calaf fue una sucesión de notas agudas timbradísimas y no siempre fáciles, pero sin ápice alguno de intención dramática, sin detalles técnicos como una simple media voz, una atención al texto... Nada de eso, un Calaf con las notas, pero monocorde en última instancia.

Scherbachenko como Liu repitió lo que sucediera ya con su Iolanta del Teatro Real en esta misma temporada. Una voz hermosa, redonda, cálida, a priori ideal para Liu, en manos de una cantante que afronta el agudo con miedo y que desperdicia ocasiones en el texto para robarse la función. Es probable que no se sintiera del todo cómoda con algunas condiciones escénicas en las que La Fura la ubicaba, como su muerte, atada a un gran bambú, pero eso no obsta, en última instancia, para que cupiera esperar algo más de ella.

El bajo Tsymbalyuk, que la próxima temporada será Boris Godunov en Munich, a las órdenes de Bieito y Nagano, resulto el más cumplidor de los cuatro roles principales. Una voz amplia, aunque algo hueca, con un canto intencionado y atento al texto. Un más que digno Timur.

El resto de personajes estuvieron bien servidos, con habituales secundarios de la casa. En conjunto, pues, fue una función decepcionante, quizá por lo mucho que prometía, o que cabía esperar de la serie de elementos puestos en conjunción. En todo caso, hasta el mejor maestro echa un borrón...

fdo. Alejandro Martínez

Crónicas de funciones: Les Troyens, ROH (junio, 2012)


El Covent Garden se enfrentaba al reto de poner en escena Les Toyens, una obra larga, compleja y poco representada, si bien parece haberse puesto de moda (en 2013 podrá verse en Berlín y Marsella y para 2014 se rumoreaba que en el Real, en el Liceo y en la Staatsoper de Viena). Los mimbres dispuesto para afrontar el reto contaban a la cabeza con la garantía de Pappano desde el foso y con la no siempre inspirada aunque a menudo original dirección escénica de MacVicar. 


Sobre la labor del primero, todo lo que cabe decir son alabanzas: un sonido ejemplar, lleno de contrastes, dinámicas, y sobre todo una batuta atenta a los cantantes, un concertador de voces en toda regla. Hoy por hoy es una garantía de disfrute acercarse a las funciones del Covent que dirige Pappano.


Por lo que hace a la propuesta de MacVicar, lo cierto es que resuelve con espectacularidad visual el reto de escenificar en el fondo dos óperas, con escenas tan diferenciadas como el inicio en Troya y el resto en Cartago. MacVicar, contando con la escenografía de Es Devlin, responsable de las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos, renuncia a historicismos puros y amalgama una escena y un vestuario decimonónicos, propios del Londres de Dickens y con elementos futuristas propios de un Julio Verne, para Troya, con una Cartago a escala, llena de juegos de iluminación, para Cartago. 


Sin duda la dirección de actores es esforzada (aunque con actrices tan inspiradas como Antonacci poco queda por hacer) y los momentos de espectacularidad con el caballo de Troya que arroja fuego tienen su mérito. Pero a cambio falta una mayor narratividad global, una perspectiva de conjunto más atenta al texto, más poética y menos hollywoodiense. 

Los ballets están muy bien resueltos por Andrew George, logrando evitar el tedio a pesar de su larga duración. 

Cabe indicar por último que esta misma producción podrá verse con posterioridad en Viena y en Los Ángeles.


Vocalmente estas funciones venían precedidas por el interés de contar con J. Kaufmann en su debut como Eneas. Lamentablemente, por motivos de salud, el tenor alemán hubo de cancelar su presencia en la producción antes incluso de comenzar los ensayos. A cambio, no obstante, quedaban los enormes atractivos de dos voces como las de Antonacci y Westbroek para los roles de Casandra y Dido.

La cancelación de Kaufmann se resolvió favorablemente con la participación de B. Hymel, un tenor joven tenor estadounidense de voz restallante, metálica y con un magnifico registro agudo. Su Eneas, papel nada fácil de resolver, se saldó con una magnifica valoración, impresión común de todos los asistentes, que bravearon ampliamente su labor. Una voz a seguir, que ya antes había estado en el Covent interpretando al Príncipe de Rusalka y que regresará en la temporada 2012/2013 en el reparto de Robert le Diable de Meyerbeer.

La voz de Antonacci acusa poco a poco el paso del tiempo y ha perdido algo de redondez, ganando algunos sonidos más metálicos, pero sigue sonando fresca, flexible y que, sobre todo, está al servicio de una cantante sobresaliente. El magnetismo escénico con el que fue desarrollando la parte de Cassandra se marcó a fuego en las retinas de los asistentes. Realmente fue como si Casandra hubiera poseído la voz de Antonacci. Su dicción francesa, además, es impecable. Bravísima.


Westbroek es una de las voces más atractivas del panorama actual. Su instrumento es un regalo al servicio de roles dramáticos en los que hace falta mucho lirismo. Recientemente pudimos disfrutar de su extraordinaria Lady Macbeth de Shostakovich en el Teatro Real. Es una voz plena, sin fisuras, con segurísimo soporte técnico. Y además es una actriz consuma, aunque quizá no tanto como la inspiradísima Antonacci. Nos ofreció así una Dido de medios ampulosos y de canto refinado. Realmente una encarnación regia.


El resto del reparto constaba de veteranos de la casa como Robert Lloyd, de valores seguros como Fabio Capitanucci o Brindley Sherratt y de jóvenes también vinculados al teatro como Hanna Hipp o Ji-Min Park.

En conjunto, pues, una representación valiente, con los papeles en regla en todos sus aspectos y, en suma, magnifico portal lírico hacia los Juegos Olímpicos de Londres. Y es que no en vano acaba de tener lugar una representación en concierto en el marco de los Proms, con idéntico reparto, al hilo de la apertura de dicha cita olímpica.

La apuesta de la Royal Opera House por la gran ópera francesa continuará el año que viene con Robert le Diable de Meyerbeer.

fdo. Alejandro Martínez

martes, 24 de julio de 2012

Crónicas. Recitales de J. Kaufmann y S. Keenlyside en Munich

El Festival de Ópera de Munich 2012 incluye en su programa una serie de recitales de lied muy atractivos, desde el de Christian Gerhaher, que la inició el día 7 de julio, hasta el de Elina Garança, que la cerrará el día 25.

El lunes 16 de julio fue el turno de Simon Keenlyside y Malcolm Martineau, que fueron recibidos por el público que prácticamente llenaba el Prinzregententeather con largos y cálidos aplausos. La primera parte del recital estuvo dedicada a Schumann, con los Zwölf Gedichte von Justinus Kerner, Op 35 (o, como se suelen llamar por abreviar, los Kerner-Lieder), un hermoso ciclo ensombrecido, como casi todos los de Schumann, por el Dichterliebe. Hermoso y lleno de trampas para los cantantes entre entradas abruptas y notas atípicas, pero Keenlyside lo conoce bien y lo demostró desde la primera canción, Lust der Sturmnacht, abordando con autoridad la tormenta. Canción a canción fue creando el clima triste y desesperanzado que acaba dominando el ciclo y después de una tierna Stille Liebe cantó la que para mi fue lo mejor del ciclo, Frage, seguida de una sobrecogedora Stille Tränen; al acabar con las canciones "gemelas" (Schumann escribió para la última canción la misma música que para la penúltima, creando la sensación de un eco), nada más ilustrativo del efecto causado en el público que el silencio que precedió a los aplausos.

La segunda parte del recital empezó con otro de los compositores talismán de Keenlyside, Hugo Wolf, ofreciendo como es habitual en él una selección de los Mörike Lieder. Seis canciones contrastadas que nos permitieron apreciar, una vez más, su capacidad de matizar y colorear la voz, de recogerla para cantar una ensimismada canción de cuna, Schlafendes Jesuskind o de desplegarla en Der Feuerreiter. ¿Para cuándo un recital dedicado por completo a Wolf?

El recital acabó con canciones de Schubert, tanto en el programa oficial como en las tres propinas. Sé que me repito, pero siempre tengo la misma sensación cuando escucho a Simon Keenlyside cantar Schubert: estamos en casa. Por bien que haya cantado anteriormente, es otra cosa, una conexión entre los intérpretes y el público (y perdón por la generalización) que pocas veces se ve. ¿Perfecto? En absoluto, un desliz en el primer verso de Von Mitleiden Mariä, se interrumpe, le pide a Malcolm Martineau que vuelva a empezar y el recital continua con toda naturalidad.

Más información sobre el recital de S. Keenlyside, aquí.

El miércoles 18 cantaba Jonas Kaufmann acompañado por Helmut Deutsch en el Nationaltheater; el programa, nada más y nada menos que Winterreise. Las entradas estaban agotadas desde el mes de marzo y la expectación era grande, ya que el recital era el retorno de Kaufmann a los escenarios (excepto un concierto de arias en Linz un par de días antes) tras retirarse durante tres meses por motivos de salud.

El Nationaltheater no es un auditorio adecuado para un recital, y cuando se dispone del Prinzregententheater imagino que el cambio se debe a su mayor capacidad. ¿No sería mejor dar dos recitales en el primero? Si a un teatro demasiado grande le añadimos un público inusualmente inquieto y ruidoso, dispuesto a toser sonora y colectivamente a la menor ocasión, el ambiente no ayuda a conectar con la música. Suerte que sobre el escenario había dos grandes profesionales que consiguieron traspasar la barrera y ofrecer un estupendo recital.

Cantar Winterreise exige mucho de los cantantes; veinticuatro canciones en las que se van mostrando las diferentes caras del dolor, una oscuridad sin más luz que la que puedan proporcionar Der lindenbaum y Frühlingstraum. Jonas Kaufmann empezó nervioso y cantó un Gute Nacht impersonal; lo mismo sucedió con la segunda canción del ciclo, correcta, y no fue hasta las primeras lágrimas de las muchas que íbamos a escuchar, Gefrorne Tränen, que surgió un viajero con personalidad propia capaz de hacernos compartir su camino. El viajero de Kaufmann lloró, se desesperó, se mostró furioso consigo mismo e incluso se permitió ser mordaz sin cometer nunca el peor de los pecados del liederista, la sobreactuación. Nos regaló una preciosa versión de Im Dorfe o Das Wirthaus y nos dejó sin aliento con las últimas frases de Der Leiermann.

He tenido ocasión de escuchar a Simon Keenlyside en el teatro con cierta regularidad; en cambio, no escuchaba a Jonas Kaufmann desde una lejana Missa Solemnis de Beethoven y podríamos decir que a efectos prácticos era la primera vez, así que tenía mucho interés por conocer esa voz sin los micrófonos como intermediarios. El timbre, tan atípico como se quiera, me pareció precioso, sale perdiendo en las grabaciones. Una voz potente de agudos luminosos que cuando apiana sigue llenando el teatro... y esa conocida tendencia a engolar en los graves.

Más información sobre el recital de J. Kaufmann, aquí.

De los acompañantes, Malcolm Martineau y Helmut Deutsch que se puede decir... que son mucho más que "acompañantes", que son parte esencial del duo y que estuvieron ambos a un gran nivel.

Fdo. Silvia Pujalte

jueves, 19 de julio de 2012

Crónicas de funciones: Lucia di Lammermoor (Viena, junio 2012)

De cómo no echar de menos a Diana Damrau

Cuando Diana Damrau hizo público hace unos meses su embarazo, el público egoísta, entre el que me cuento, nos lamentamos de las cancelaciones que se avecinaban como consecuencia del feliz evento. Bromas aparte, su interpretación era para mi el principal atractivo de la Lucia del pasado junio en Viena, una obra que, sin quitarle ningún mérito, no se cuenta entre mis favoritas y que era la “propina” de mi viaje para asistir al Don Carlo del día anterior.

A Damrau la sustituyó la norteamericana Brenda Rae, que se enfrentaba no solo a la diabólica partitura de Donizetti, sino a la sombra de la alemana. Bien, si sentía la presión, Rae no lo dejó traslucir, y nos regaló una memorable Lucia. Precioso timbre, dúctil voz, elegantísima línea de canto, certeros ataques al agudo, excelente regulación de las dinámicas que incluían unos pianísimos magistrales y una pirotecnia en las agilidades que dejaron al público con la boca abierta. Por si todo eso fuera poco, Rae es una magnífica actriz, que consiguió transmitir toda la humanidad de un personaje con el que es tan fácil resbalar por exceso de almíbar.

Edgardo fue interpretado por uno de mis tenores líricos favoritos: el polaco Piotr Beczala. Es un cantante inteligente que sabe dónde están sus limitaciones y cuáles son sus puntos fuertes, de forma que resuelve con pericia los primeros (ocasionales dificultades en los agudos) y hace sobresalir los segundos (su capacidad para los matices, por ejemplo). Juntos, la pareja Rae/Beczala fue de menos a más, empezando notables en el primer acto y acabando de matrícula de honor, ella en la escena de la locura y él en la de la cripta.

El resto del reparto se mantuvo a una respetuosa distancia de los dos protagonistas. Como Enrico, Marco Caria, un barítono que me era desconocido y de cuya interpretación no puedo destacar nada especialmente: correcto, pero poco más. Sorin Coliban interpretó al monje Raimondo en su versión extendida (incluyendo el dúo con Lucia previo a la boda), con una presencia escénica muy adecuada al personaje y un canto demasiado plano sobre una voz que acusa el paso de los años.Los comprimarios (Ho-yoon Chung como Arturo y Juliette Mars como Alisa) cumplieron en sus breves papeles. El coro, como es habitual en Viena, fue excelente, ellas tal vez un punto por encima de ellos.

No se puede decir lo mismo de la orquesta, que mantuvo sus problemas de coordinación con el escenario que ya venían del estreno (estoy comentando la función del día 30), algo que resulta inexplicable en una formación del calibre de la vienesa y que estuvo a punto de arruinar esa bellísima pieza de orfebrería que es el sexteto. Guillermo García Calvo a la batuta no consiguió imprimir ni disciplina ni carácter en los maestros austriacos, así que por una vez y para mi pesar he de puntuarlos alrededor del aprobado.En cuanto a la producción, y dado que está basada en una escenografía de los 70 (de Pantelis Dessyllas), uno no puede esperar ideas revolucionarias.

Reconozco que cuando se alzó el telón y aparecieron telones pintados junto a siluetas de árboles en varios planos me temí lo peor, pero a medida que avanzaron las escenas la cosa fue ganando en riqueza y al final acabó siendo bastante disfrutable. Muy apropiado el vestuario de Silvia Strahammer e irregular dirección de Bleslav Barlog (buena para los protagonistas, regular para los secundarios y directamente mala para el coro). Deficiente la iluminación, en especial en la última escena, que acaba pareciéndose al camarote de los hermanos Marx con el coro, Edgardo, el cuerpo de Lucia y Raimondo apelotonados en un extremo del escenario. Aunque a quién le importan esos detalles cuando Beczala canta “bell’alma inamorata”.

Fdo. Alicia Cano

Crónicas de funciones: Don Carlo (Viena, junio de 2012)

Un bello Don Carlo en Viena

Director musical: Franz Welser-Möst
Director de escena: Daniele Abbado
Felipe II: René Pape
Isabel de Valois: Krassimira Stoyanova
Don Carlo: Ramón Vargas
Rodrigo: Simon Keenlyside
Princesa de Éboli: Luciana D`Intino
Monje (Carlo V): Dan Paul Dumitrescu
Tebaldo: Ileana Tonca
Voz desde el cielo: Valentina Nafornità

El pasado mes de junio se representó en la Staatsoper de Viena la versión de cuatro actos en italiano de la ópera de Verdi Don Carlo. Con un reparto vocal de relumbrón (Ramón Vargas, Simon Keenlyside, René Pape, Krassimira Stoyanova y Luciana D’Intino en los principales papeles, dirigidos por Franz Welser-Möst y con la Filarmónica de Viena en el foso) los que asistimos nos pudimos llevar un grato recuerdo de la triste historia basada en el drama de Schiller. Los que no, tienen una segunda oportunidad el próximo septiembre con Roberto Alagna en vez de Ramón Vargas.


El elegantísimo, musical, timbre de Vargas da voz a un Don Carlo frágil y vulnerable. Es cierto que la voz del grandísimo cantante mexicano ha perdido brillo, pero su belleza y su depurada técnica lo compensan de sobra. También hay que reconocer que al ser una voz más pequeña que las del resto de los cantantes, Vargas tiene algún problema en los números de conjunto, pero en general consigue una actuación que roza el sobresaliente.Keenlyside también es un enorme cantante, y Posa uno de los papeles en los que más destaca, en mi opinión. Noble voz, canta con intención y expresividad, aunque sus gestos nerviosos sobre el escenario acaban por resultar irritantes, si esta es la única pega que le podemos poner al inglés, no es gran cosa.En cuanto a René Pape (Felipe II), y a pesar de lo mucho que ha mejorado en los últimos años, sigue siendo un cantante un poco monolítico en cuestiones expresivas. Voz enorme, trabajada, pero a la que le falta ese algo más para transmitir los mil matices del torturado rey/padre/esposo. Es una apreciación puramente personal, está claro, pero siempre que veo a Pape en escena (y van ya unas cuantas veces) tengo la sensación de que no se siente cómodo con lo que está haciendo. En resumen: es un buen Felipe, pero no un Felipe memorable.Con Stoyanova tengo el mismo problema que tengo con casi todas las cantantes eslavas en papeles italianos: que el timbre característico “ruso”, oscuro, carnoso y grueso no me parece el más adecuado para la vocalidad verdiana. Dejando esta cuestión aparte, Stoyanova tiene una bellísima voz, una técnica excelente, un fiato excepcional y una expresividad notable. Una gran Elisabetta.


Por último tenemos a Luciana D’Intino en el breve pero intenso papel de Éboli. La italiana es una de esas mezzos que resultarían históricas si no fuera por un solo detalle: su muy deficiente paso de la voz. Tiene una técnica tan extraña que a todos los efectos posee dos voces distintas: la del registro de pecho y la de cabeza, ambas estupendas, pero que viniendo de una sola mujer resultan en un efecto desconcertante. Es una verdadera lástima, porque D’Intino es una maravillosa cantante que pone los pelos de punta con su forma de apianar para acto seguido emitir a plena voz unos agudos timbradísimos y espectaculares. Por su carácter, es una Éboli magnífica, pero ese paso…Poco se puede decir (que no hayan dicho otros antes y mejor) de la orquesta y Welser-Möst. Dirección eficiente, contenida y poco dada a los excesos lacrimógenos, lo cual se agradece en una obra como Don Carlo. Pero sobre todo es una delicia disfrutar de los solistas vieneses: arpa y violoncelo se llevaron dos grandes y merecidas ovaciones por hacer fácil lo que no lo es en absoluto.Dejo para el final el comentario sobre la producción de Daniele Abbado, que resultó el único punto negro de la noche. No es que sea fea, ininteligible o anacrónica: es que no es. No es nada, que es lo peor que puede ser una producción. La escenografía insustancial, como diseñada con prisas, el vestuario, supuestamente de la primera mitad del XIX, lleno de errores históricos y más bien poco inspirado (mención aparte merecería la ropa del pobre Posa). La dirección de actores anodina… Una pena que un teatro como Viena se gaste los cuartos en algo tan de segunda categoría. En cualquier caso, nada puede empañar la bellísima encarnación de una de las óperas más serenamente tristes de Giuseppe Verdi.

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Fdo. Alicia Cano