jueves, 19 de julio de 2012

Crónicas de funciones: Lucia di Lammermoor (Viena, junio 2012)

De cómo no echar de menos a Diana Damrau

Cuando Diana Damrau hizo público hace unos meses su embarazo, el público egoísta, entre el que me cuento, nos lamentamos de las cancelaciones que se avecinaban como consecuencia del feliz evento. Bromas aparte, su interpretación era para mi el principal atractivo de la Lucia del pasado junio en Viena, una obra que, sin quitarle ningún mérito, no se cuenta entre mis favoritas y que era la “propina” de mi viaje para asistir al Don Carlo del día anterior.

A Damrau la sustituyó la norteamericana Brenda Rae, que se enfrentaba no solo a la diabólica partitura de Donizetti, sino a la sombra de la alemana. Bien, si sentía la presión, Rae no lo dejó traslucir, y nos regaló una memorable Lucia. Precioso timbre, dúctil voz, elegantísima línea de canto, certeros ataques al agudo, excelente regulación de las dinámicas que incluían unos pianísimos magistrales y una pirotecnia en las agilidades que dejaron al público con la boca abierta. Por si todo eso fuera poco, Rae es una magnífica actriz, que consiguió transmitir toda la humanidad de un personaje con el que es tan fácil resbalar por exceso de almíbar.

Edgardo fue interpretado por uno de mis tenores líricos favoritos: el polaco Piotr Beczala. Es un cantante inteligente que sabe dónde están sus limitaciones y cuáles son sus puntos fuertes, de forma que resuelve con pericia los primeros (ocasionales dificultades en los agudos) y hace sobresalir los segundos (su capacidad para los matices, por ejemplo). Juntos, la pareja Rae/Beczala fue de menos a más, empezando notables en el primer acto y acabando de matrícula de honor, ella en la escena de la locura y él en la de la cripta.

El resto del reparto se mantuvo a una respetuosa distancia de los dos protagonistas. Como Enrico, Marco Caria, un barítono que me era desconocido y de cuya interpretación no puedo destacar nada especialmente: correcto, pero poco más. Sorin Coliban interpretó al monje Raimondo en su versión extendida (incluyendo el dúo con Lucia previo a la boda), con una presencia escénica muy adecuada al personaje y un canto demasiado plano sobre una voz que acusa el paso de los años.Los comprimarios (Ho-yoon Chung como Arturo y Juliette Mars como Alisa) cumplieron en sus breves papeles. El coro, como es habitual en Viena, fue excelente, ellas tal vez un punto por encima de ellos.

No se puede decir lo mismo de la orquesta, que mantuvo sus problemas de coordinación con el escenario que ya venían del estreno (estoy comentando la función del día 30), algo que resulta inexplicable en una formación del calibre de la vienesa y que estuvo a punto de arruinar esa bellísima pieza de orfebrería que es el sexteto. Guillermo García Calvo a la batuta no consiguió imprimir ni disciplina ni carácter en los maestros austriacos, así que por una vez y para mi pesar he de puntuarlos alrededor del aprobado.En cuanto a la producción, y dado que está basada en una escenografía de los 70 (de Pantelis Dessyllas), uno no puede esperar ideas revolucionarias.

Reconozco que cuando se alzó el telón y aparecieron telones pintados junto a siluetas de árboles en varios planos me temí lo peor, pero a medida que avanzaron las escenas la cosa fue ganando en riqueza y al final acabó siendo bastante disfrutable. Muy apropiado el vestuario de Silvia Strahammer e irregular dirección de Bleslav Barlog (buena para los protagonistas, regular para los secundarios y directamente mala para el coro). Deficiente la iluminación, en especial en la última escena, que acaba pareciéndose al camarote de los hermanos Marx con el coro, Edgardo, el cuerpo de Lucia y Raimondo apelotonados en un extremo del escenario. Aunque a quién le importan esos detalles cuando Beczala canta “bell’alma inamorata”.

Fdo. Alicia Cano

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