lunes, 24 de diciembre de 2012

Macbeth

Macbeth (música de Giuseppe Verdi y libreto de Francesco Maria Piave y Andrea Maffei)
Teatro Real (Madrid), 17 de diciembre de 2012



Con esta producción de Macbeth llegaba al Teatro Real el primer Verdi puesto en escena por Gerard Mortier desde que desembarcara al frente del coliseo madrileño. Y a juzgar por el resultado musical, puede darse por satisfecho, pues habrá conseguido acallar a muchas voces críticas que insistían en su excesiva preocupación por el apartado escénico y en su escasa o nula dedicación a la recreación musical. Y es que si por algo ha brillado este Macbeth es por cómo han sonado la orquesta y el coro a manos de Currentzis y por el buen trabajo de un equipo de cantantes implicados aunque en modo alguno históricos pero que han conseguido convencer como si lo fueran. Quizá la merma venga en esta ocasión precisamente de la mano la cuestión escénica, con un espléndido trabajo teatral de Tcherniakov, sí, pero que no se adecua apenas al libreto de Macbeth.

Al cargo del rol titular se encontraba el barítono griego D. Tiliakos, que si bien carece de una vocalidad dramática, ofrece a cambio una emisión cómoda, liberada, sin sonidos rebuscados, un sonido siempre cantabile, ligero y flexible. Y se mostró además como un intérprete sensible, atento a la línea de canto, capaz de buscar y recrear la media voz y siempre pegado al texto que tiene entre manos. Con esas facultades, su Macbeth resulta una creación espléndida, teatralísima, sin excesos ni histrionismos, y vocalmente matizada, mucho mejor que la que ofrecen a día de hoy supuestos barítonos verdianos. Digamos que Tiliakos llega a la verdad de Verdi a través de la modestia y la contención, a través del fraseo antes que por el puro efecto del sonido. Impecable fue su acomodo a las indicaciones de Tcherniakov, que plantea un Macbeth pusilánime y frágil, casi sin personalidad, como una mascota dócil en manos de Lady Macbeth. Sensacional resulta, en este sentido, el juego de resonancias casi maternofiliales que se establece, gestualmente, entre ambos personajes.

Violeta Urmana no pasa por su mejor momento, al menos a la hora de acometer papeles de soprano con un registro agudo exigente, como en el caso de esta Lady Macbeth. Pero sigue siendo la gran artista de siempre y el instrumento sigue teniendo esa amalgama de sonidos carnosos y cobrizos que hacen de su voz un timbre ideal para Verdi, incluso para un Verdi acerado y que quizá debiera sonar árido, como en el caso de esta partitura. Es innegable que accede al agudo con esfuerzo y con resultados estridentes cuando no calantes, pero compensa todo ello con un fraseo implicado y con una presencia escénica que sirve al milímetro a la detallada dirección escénica de Tcherniakov, dando vida a una Lady calculadora, que disfruta con la maipulación, que juega con Macbeth como si de una marioneta se tratase. Fantástica en la escena del sonambulismo y por debajo de lo esperado en el brindis. Muy convincente Lady, en suma, si no fuera por ese registro agudo agrio y desabrido. Ojalá replantee su carrera para volver a cantar como mezzo, porque seguro que en su garganta guarda fuerza y teatro para dar vida a excelentes Amneris, Ébolis, etc. 

La voz de D. Ulyanov es la requerida por el rol de Bancuo, pero la interpretación fue bastante plana, tendente a buscar un sonido grueso y contundente antes que incisiva en el fraseo y la recreación del texto. Quizá lo contrario suceda con S. Secco, de timbre más bien genérico, pero de maneras bien premeditadas, afín a la sensiblidad del canto verdiano. En este caso convence más el cantante que el instrumento, mostrándose más apretado que en su interpretación de este mismo rol el pasado año en Bilbao.

Inspiradísima la dirección de T. Currentzis, llena de nervio, tensión y lirismo. A pesar de sus excesivos ademanes, lo cierto es que maneja con un dominio admirable a la orquesta, sabiendo en todo momento lo que busca y cómo lo busca. Un Macbeth auténtico, de los que no dejan indiferente y con momentos espectaculares, como el escalofriante concertante que cierra el primer acto y la conclusión de la función, con un regulador espléndido. Un extraordinario trabajo con las dinámicas durante toda la función, si bien en alguna ocasión en exceso acentuadas y contrastadas, dando lugar a algún pasaje de decibelios excesivos. Lo cierto es que el drama verdiano sonó auténtico y vivísimo en sus manos, gracias también a la solvencia (hace algunos años inimaginable) de la Orquesta Titular del Teatro Real. Un gran trabajo también del Coro Intermezzo, quizá algo por debajo de sus anteriores intervenciones. Sobre todo se antojó mejorable el trabajo de la sección femenina con el complejo canto de las brujas en los primeros cuadros. 

La polémica propuesta escénica de D. Tcherniakov fracasa por su inadecuación al texto de Macbeth, pero resulta sin embargo un espléndido trabajo teatral. Partiendo de una dirección de actores esmeradísima y ejemplar, de una precisión y detallismo pocas veces logrado, Tcherniakov se arriesga a sostener una dramaturgia paralela que sólo esporádicamente recrea con ingenio el libreto que sostiene la partitura verdiana. Hay así, junto al mimado trabajo de dirección actoral, varias incoherencias de gran calado que resulta difícil sostener.

Por ejemplo: si tanto valor se da a la masa, al coro, como elemento causal, casi ambiental, de la tragedia de Macbeth, ¿por qué el coro desaparece de escena en momentos fundamentales, situado en el foso y desprovisto así de ese efecto dramático que se buscaba subrayar? Lo mismo cabe preguntarse acerca de la escenografía de las escenas interiores, pensada únicamente para la correcta visualización desde las butacas frontales de los primeros pisos y no siempre beneficiosa para la proyección y la acústica de las voces. Muy bien tratado el "Patria opressa" como una suerte de desahucio masivo, con resonancias contemporáneas, próximo también a las estampas de refugiados que ya nos hemos acostumbrado a ver con alarmante normalidad. Y sorprendente la escenificación, con bastante fuerza dramática, del aria de Macduff dentro de una cuna. Lo cierto es que Tcherniakov desaprovecha muchos momentos en los que la teatralidad tendría que ascender y sin embargo decae, como los asesinatos de Duncan y Banquo. Y de igual manera precipita momentos de embarazoso sinsentido: como las risotadas cargantes de una figurante durante la escena de las apariciones o la caricaturesca resolución del "Ora di sangue", con Macbeth repartiendo tiros a diestro y siniestro. El último error de bulto tiene que ver con la ruidosa resolución de la escena final, con la demolición de las paredes de la escenografía, en un exceso que no añade nada y que perturba la audición, sobre todo después de un estremecedor "Mal per me...". 

En resumen, un Macbeth musicalmente elogiable lastrado por una propuesta escénica inadecuada al menos para servir al drama de Macbeth, por mucho y evidente que sea su valor como dramaturgia. 

Alejandro Martínez

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