miércoles, 19 de marzo de 2014

El ¿verdadero? argumento de Carmen (y IV)

Último acto de Carmen, de Bizet. Si os perdisteis los anteriores, podéis recuperarlos aquí.



Acto IV

En el cuarto y último acto volvemos a Sevilla. Es tarde de toros y asistimos a una encantadora escena costumbrista con niños, soldados, putarracas, toreros, vendedores, es decir todo lo que llevamos viendo desde el acto primero, pero todo a la vez, que siempre hace más mono. Carmen está en Sevilla para ver a Escamillo, que para sorpresa de propios y extraños se ha convertido en su nuevo amante. Pero las putarracas amigas suyas le avisan de que les ha parecido ver a Don José escondido. Y, en efecto, allí está. Acaba de volver de Pamplona tras la muerte de su madre, y no es que por una vez Micaela hubiera acertado con sus visiones. La madre de Don José estaba como una rosa de pitiminí, pero en cuanto vio a su militar retoño entrar por la puerta de la casa, se le cruzó el cinco por ocho del zortzico y no volvió a levantar cabeza. Para aliviar sus sufrimientos hubo que recurrir a la eutanasia pasiva, a la activa y a la perifrástica, pero al final Don José, deshecho en llanto, enterró a la pobrecilla, y de paso consiguió por fin dar esquinazo a Micaela, que le tenía la cabeza loca con sus mentecateces. Como creo que ya hemos mencionado en alguna ocasión, Don José es tonto de remate, así que en vez de aprovechar para irse a tomar las aguas a algún elegante balneario para reponerse, lo que hace es irse corriendo a Sevilla a comprobar si Carmen le engaña o no con el torero, aunque para averiguar eso no hacía falta irse hasta el Guadalquivir, porque hasta en Groenlandia saben que Carmen le ha puesto unos cuernos del tamaño de la Giralda.


Carmen: escena final - Teresa Berganza y Plácido Domingo


En fin, que allí se encuentran Carmen y Don José, y el navarro empieza en plan bobo, que si tú ya no me quieres, que si me tienes que querer, que hay que ver, con lo que yo he hecho por ti, que te he sacrificado mi vida entera, provocando en Carmen bostezos de hora y cuarto. Don José, conviene recordarlo aquí, es profundamente memo, y en vez de hacer lo que sería más lógico, es decir, esperar tres días a que a Carmen se le pase el furor toreril y probar suerte de nuevo, se viene arriba y empieza con las amenazas, que si tú verás lo que haces, que si tú no sabes de lo que soy capaz, que si a ver si te vas a arrepentir. Carmen ya ni le contesta, y se pone a ver si pasa el nivel 93 del Candy Crush, que lleva días atascada. Y entonces Don José se pone hecho una fiera, y le dice a la gitana que es lo peor, que es más mala que la tos, y que ha decidido olvidarla y rehacer su vida matriculándose en la UNED para estudiar un máster en tecnología de los alimentos y un doctorado en lenguas moribundas. Y claro, a Carmen (bueno, a Carmen y al resto del reparto, al coro, a la orquesta, al público, y a la familia del público hasta el segundo grado de consanguinidad) le da la risa. Pero no una suave sonrisa, no, una risa estentórea y atragantada, que no mejora nada en el momento que Escamillo sale de la plaza y resulta que esta mañana le ha vestido un mozo de estoques nuevo, y le ha puesto la taleguilla para el lado que no es, y tiene, según sus palabras, "la cebolleta muy sensible". Total, que Carmen se ríe como una enloquecida, se ríe hasta que no puede más, se ríe hasta que se muere de risa. Tendida queda en el suelo, y a Don José, que no sé si lo habíamos dicho ya pero no es más tonto porque es física y químicamente imposible ser más tonto, no se le ocurre nada más que ponerse a dar gritos diciendo Carmen mía, Carmen mía, yo te he matado, con lo que la policía se lo lleva y el suspiro de alivio de todos los presentes agita el telón mientras desciende sobre la escena.

FIN

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